En cuanto Banalia, una chimpancé de un año, llegó el pasado diciembre al centro de rehabilitación de primates de Lwiro, en el este de la República Democrática del Congo (RDC), los veterinarios empezaron a tratar su malnutrición severa, sus heridas y sus traumas. Unos cazadores furtivos habían arrancado a Banalia de las manos de sus padres, a los que probablemente mataron para vender su carne en un mercado local. Las autoridades congoleñas encontraron a la chimpancé en el interior de una caja de cartón diminuta, temblando, desnutrida, quizás después de haber pasado muchos días en ese espacio tan pequeño. Pero en este santuario, que también es el hogar de otros 112 chimpancés, todos incautados de los cazadores furtivos, Banalia encontró una segunda oportunidad. Banalia está recuperándose con rapidez e incluso ha forjado una amistad robusta con otros chimpancés de su edad, dice a Efe Mireille Midero, de 24 años, una de las cuidadoras que se encargan del bienestar de los primates más jóvenes del centro. Sin embargo, Midero lamenta que la historia de Banalia se repita cada vez más a menudo.

En 2021, el centro de Lwiro recibió una cantidad récord de chimpancés incautados: quince individuos. Y el número de huéspedes de este santuario sigue creciendo. “Los chimpancés se cazan muchísimo. Desde principios de 2022 hemos recibido cinco chimpancés. Esto demuestra que estos animales están siendo atacados en sus hábitats naturales”, añade uno de los trabajadores más veteranos de Lwiro, Claude-Sylvestre Libaku. En un país donde, según el Banco Mundial, más del 70 % de las personas son pobres, algunos congoleños identifican la caza furtiva como una opción para ingerir proteínas que, de otro modo, no podrían consumir, o para conseguir ingresos adicionales vendiendo la carne que capturan en los mercados locales. Los chimpancés son uno de los animales más buscados por estos cazadores porque, además de comerciar con la carne de los adultos, pueden vender las crías vivas. A través de numerosos intermediarios, los chimpancés jóvenes son exportados de manera ilegal a otros países, tanto en Occidente como en Asia, donde su demanda es alta debido a los zoológicos y las colecciones privadas de animales.

Este hecho, unido a la desaparición de los bosques, está empujando a estos primates hasta la extinción: si las tendencias actuales se mantienen, las poblaciones censadas en la década de los setenta quedarán reducidas a más de la mitad en 2050, alerta la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Antes de abrir las puertas del santuario para hacer una revisión rutinaria, Libaku puede escuchar los gritos de los primates en este rincón tranquilo de la RDC. Los chimpancés se acercan a la valla desde donde Libaku los observa, le saludan, le miran con curiosidad mientras el congoleño dice sus nombres, habla con ellos. “Después de trabajar durante más de quince años con los chimpancés conozco bien sus comportamientos. Los buenos y los malos. Lo primero que me impresionó es que son inteligentísimos, mucho más que el resto de los animales. Eso los hacen distintos, especiales”, comenta el trabajador de Lwiro a Efe. Libaku sonríe al recordar que, cuando deben anestesiar a un chimpancé para darles algún tratamiento médico, los veterinarios preparan las medicinas a escondidas porque estos primates comprenden lo qué está ocurriendo y se ocultan.

Además, los chimpancés jóvenes, como los humanos, son enormemente dependientes de sus progenitores, de los que aprenden muchas habilidades que necesitan para sobrevivir en los bosques. Por eso, los pequeños son los que más atenciones necesitan. “Muchos de estos animales tienen falta de cariño porque han matado a sus padres, a los que echan de menos. Por eso intentamos ser sus amigos. También les damos de comer, les enseñamos a andar si aún no saben, a agarrar objetos…Entonces los chimpancés empiezan a madurar y desarrollan su sentido de supervivencia”, indica Midero. Ahora, esta joven observa cómo Banalia juguetea con Mazingira, una chimpancé de tres años. De vez en cuando les da plantas para comer, y les acaricia cuando se acercan a ella, buscando sus mimos. “Es un trabajo bonito, aunque requiere mucha energía. Estamos aquí para ayudar a los animales, protegerlos, alimentarlos e impedir que enfermen”, explica Midero. Pero Midero, como Libaku, insiste en que esos esfuerzos merecen la pena. “Soy un conservacionista”, señala Libaku. “Lo soy desde que era pequeño, porque intentaba proteger a todos los animales que encontraba, tanto los domésticos como los salvajes”. “No existe ningún trabajo fácil. Pero cuando amas lo que haces, es un poco más sencillo”, añade.

Autor: Pablo Moraga

Fuentes: Agencia EFE

 

 

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